Hoy escribo con lágrimas derramadas sobre la piel de mis cachetes, hoy escribo porque estoy harta, porque estoy cansada, porque estoy despierta.
Escribo porque cada día —por fin— veo más la injusticia que nunca nadie debería sentir. Esa injusticia que te hace ver la realidad, que no todos somos tratados por igual.
Esto lo digo aún y cuando soy una persona blanca y privilegiada. Pero soy mujer.
Soy esa mujer como todas las que conozco y las que no, ya que esto no es de aquí, ni de allá, es de todos lados. Lo digo porque todas normalizamos ser tratadas así, aceptamos por mucho tiempo ese dolor en nuestro pecho, porque “así eran las cosas”, porque “así es la vida”, porque “así es el mundo”, y así nos tocó vivir.
Pero hoy digo ¡NO MÁS!, no me dejaré más, voy a mirar con más fuerza, voy a sentir con más fuerza, con esa misma fuerza que por muchos años pensé, que por mi físico y por mi género nunca iba a poder tener. No aceptaré más esa injusticia y falta de empatía que con ojos cerrados normalicé por más de 30 años, que miré pasar por largos minutos cuando caminé por una calle oscura con un dolor constante en el corazón, caliente de miedo. Esto que ningún día faltaba sentir por la mañana, al levantarme e irme de mi casa, y qué con valentía y con un respiro hondo y profundo, frente en alto y sin más, logré día a día cargar como si fuese una maleta pesada.
Nadie tiene el derecho de hacerte pensar que eres menos, que tu voz no cuenta, que tu corazón no siente y que tus lagrimas no importan. Que tus hormonas son solo hormonas, que tus cólicos y calambres en las piernas no duelen, que esas manchas de sangre en nuestros calzones son heridas de guerra y que eso demuestra que somos débiles. Hasta de lo pendejo que es me río. ¿Cómo va a ser débil poder cargar con todo eso? Somos más fuertes que nunca, somos más fuertes que todos.
Hoy dejo esa maleta pesada en mi casa, porque eso no se pierde, no se olvida, y definitivamente no se carga.
Hoy escribo por todas mis hermanas con quienes comparto historias, empatía, pero sobre todo, sentimientos, esos sentimientos de impotencia, enojo, odio y de una profunda tristeza que como herencia lo llevamos todas dentro de nuestro ser.
Por fin estamos unidas sin competencias, ya que esto no se trata de nuevo de ellos. Aquí seguiremos, haciendo marchas, pintando fuentes, esperando a que ellos despierten y lloren como niños recién nacidos de nuestros vientres, como el día uno y sin que con su costilla se creara Eva, y se den cuenta que solos y sin nuestro amor, nunca podrían sobrevivir.
Mientras nos tengamos la una a la otra y nos amemos como solo nosotras sabemos amar, ¡no se carga más!
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