Es diciembre y me fumo un cigarro mientras espero el barco que nos lleva de regreso, escribo con mi dedo pulgar sobre la pantalla empañada de mi iPhone color rojo. El frío congela mis manos, cara y oídos, estoy en Naoshima, tu lugar favorito, isla pequeña y silenciosa en el mar interior de Seto en Japón. Estoy lejos de todo lo que conozco, me encanta ese sentimiento de sentirme nadie, un granito más de arena que el viento arrastró a este lugar.
Mi religión ya no es la católica, pero por segunda vez en toda mi vida estoy pasando una navidad a miles de kilómetros de mi trabajo, mi departamento, amigos y familia, conociéndote más, conociéndome más.
Ah sido una experiencia mágica ya que llevo pensando este momento hace meses y ahora estoy aquí, una experiencia llena de sabores que mi lengua desconoce, lugares pintorescos que a mis ojos le sorprenden, de pies sin zapatos y baños calientes, de mañanas con vista al mar tomando café caliente y desabrido acompañado de diferentes opciones de mermelada para untar en mi pan tostado y crujiente, de caminatas lentas arrastrando maletas pesadas sobre un muelle con un penetrante olor a pescado fresco, de puertas corredizas y hermosos atardeceres que apreciamos sentados en la arena casi blanca, pero sobre todo, lleno de caras con rasgos diferentes a los míos, personas guiadas por el respeto, la mirada que sale de sus ojos negros y rasgados me genera mucho misterio, estos humanos que llenan mi corazón de ternura con su diminuta sonrisa y sonidos extraños que dejan salir de sus bocas tibias. Solitarios y silenciosos, pero aparentemente sumergidos en un estanque lleno de paz, así como los gatos salvajes en su naturaleza, negros y anaranjados que caminan tranquilos con sus finos movimientos recorriendo estas calles vacías pero llenas de arte: arquitectura, pintura, espacio, luz y silencio, ese silencio que me permite detener el tiempo, pensar y sentir pellizcos en el corazón de la emoción ya que me pongo a imaginar en qué se inspiraron estos grandes artistas al ser invitados a este proyecto, al pisar por primera vez esta tierra cubierta de arena que sobre el agua flota, en qué pensaron el día en que montaron calabazas frente al mar, cuando instalaron en casas de madera viejas sus emociones y sentimientos para que a nosotros los turistas de clase media que con unos cuantos, muchos meses de ahorro en nuestras carteras, llenos de hambre por ver y conocer más, un día como hoy, lo pudiéramos interpretar, y de regreso a nuestro país, contar.
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